lunes, 3 de mayo de 2010

SAN BENITO DE PALERMO

Libro: San Benito de Palermo
Autor: Eduardo Giorlandini /Miembro académico en las Academias Porteñas del Lunfardo y Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

SAN BENITO Y EL BARRIO DE PALERMO



Hacia 1836, Juan Manuel de Rosas compra unas tierras cercanas al río, que debió acondicionar para hacer de una zona anegadiza –bañados denominados ¨campos de Palermo¨- una hermosa quinta, en la que construyó su casona, en la esquina sudeste de las avenidas del Libertador y Sarmiento. Es decir, avenidas con los nombres de un amigo del Restaurador, José de San Martín, y de un adversario, Domingo Faustino Sarmiento.



La quinta estaba ubicada al Nordeste de la ciudad de Buenos Aires, sobre el río. Rosas bautizó su propiedad ¨Palermo de San Benito¨, dice Manuel Gálvez, quien escribió también: ¨Desde el dormitorio de Rosas, una calle de ombúes se dirige hacia el río. Jardines ricos de plantas y flores rodean la casa. Al sur, la Capilla de San Benito.



Con el correr de los años el lugar se llamó Parque 3 de Febrero, aunque se lo siguió llamando también con el antiguo nombre, Palermo. Algunos años más y en el lugar de la casa se inauguró la estatua de Domingo Faustino Sarmiento.



San Benito fue un santo negro, nacido en Palermo, Sicilia, Italia, siendo de estirpe etíope y religión mahometana, se convirtió al cristianismo; se afirma, asimismo, que fue el primer hombre de raza negra canonizado por la Iglesia y que ha sido el patrono de los negros en no pocos países de América.



Es probable que San Benito de Palermo dio el nombre al lugar de marras por decisión de Rosas, en homenaje a los negros que trabajaban en la residencia, pues tenía simpatías por los hombres de ébano; no se descarta que, siendo niño, haya sido asistido por una mujer negra y escuchado las canciones de cuna y los cuentos dignos de las mujeres negras.



San Benito era el santo más apreciado por esas comunidades, a tal punto que el nombre era, en éstas, el más popular, en gran parte del continente. Vaya, a manera de ejemplo: Santiago Calzadilla escribió que, después de ordenarse en 1822 la construcción del primer cementerio (de la Recoleta, junto al Convento de los Recoletos), el 18 de noviembre de ese año, tiene lugar el primer entierro, el de un joven negro y liberto, de nombre Benito. El nombre aparece, de diversos modos, en muchos lugares y tiempos.



El barrio de Palermo, o Palermo de San Benito o San Benito de Palermo, tiene, entonces, ese origen, pero Jorge Luis Borges dijo que reconoce tres fundaciones: la primera, por obra de Juan Domínguez Palermo (sus nombres y apellidos figuran de varias maneras: Juan Domínguez, Giovanni Domínguez, Doménico Domínguez; en todo caso, a pesar del apellido español, oriundo de Sicilia); la segunda fundación, por Rosas; y la tercera por la familia Carriego. Esto es algo que aparenta ser irreal pero tiene un sentido explicable.



El siciliano Domínguez había adquirido campos en los que tenía animales y frutales y cultivaba trigo, proveyendo a la ciudad de Buenos Aires. Parte de esas tierras habían sido comparadas por Rosas después de más de doscientos años, dado que al siciliano se lo ubica a fines del siglo XVI y principios del XVII.



Santos de nombre Benito



No nos referimos aquí a San Benito Biscop, ni a San Benito de Aniano o a San Benito José Labre, ¨el vagabundo de Dios¨, ¨el peregrino¨ o ¨el gitano de Cristo, que por su aspecto parecía un malhechor, según algunas gentes; tampoco nos referimos a San Benito Abad, nacido en Nursia, del centro de Italia, en la región de Umbría, que destacó y actuó el principio ora et labora, ´reza y trabaja´, y otras reglas de excesivo rigor, por lo que alguien intentó matarlo dándole una bebida envenenada.



San Benito de Palermo nació en esta ciudad de la regione siciliana. Fue un fraile franciscano cuya imagen se venera hoy en la Basílica de San Francisco, Buenos Aires. Vino al mundo en el siglo XV. Aunque no aparece en algunas obras no debe dudarse de la documentación que lo avala, de las fuentes bibliohemero-gráficas y de su fuerte presencia en el corazón de las comunidades –por lo menos- afroamericanas y de las llamadas ¨naciones¨, en el Río de la Plata.



En Palermo y en paeses cercanos se afianzó su nombre y también la presencia de una Virgen negra.



La devoción de los negros por este santo ha sido tal que en casi toda América los rituales afroamericanos eran presididos por la imagen litúrgica de Benito; su efigie era de madera tallada y se llevaba en una parihuela sustentada sobre los hombros de cuatro comparsas.



Uno de los motivos de ello estriba en que en la región de la gente ¨de color¨ hay elementos del animismo de raíz bantú sincretizados con otros elementos cristianos, en casos, y en otros directamente se adoptaron religiones cristianas, en especial la católica. Pero también la devoción de los negros alcanzó a San Baltasar y a San Antonio.



El santo de los negros y el candombe



Cabe decir, ahora, que el candombe es parte del acervo ancestral africano de raíz bantú y fue traído al Río de la Plata; es una música con cánticos y danzas, y en las fiestas candomberas se representaba la coronación de los reyes congos, imitando las costumbres de los reyes blancos.



Más, debemos hacer una distinción, en la Argentina, a saber: en esas fiestas, en la ciudad de Buenos Aires, se veneraba más a la Virgen María (recuérdese lo dicho líneas arriba sobre la Virgen negra, en Sicilia) y se escuchaban oraciones a San Benito y a Santa Bárbara (equivalente a la deidad africana Shangó), pero en la comunidad negra bonaerense sí era preferido San Benito de Palermo. Shangó era la deidad que apaciguaba las tormentas.



En tales reuniones, participaban negros, mulatos (mulato era el nacido de negra y blanco, o a la inversa), cuarterones (cuarterón, el nacido de mestizo y española o español y mestiza; mestizo, es quien proviene de razas diferentes); por excepción, participaban individuos de otros grupos, en forma mínima, lo que he representado en la letra del candombe Runflero:



¨¡Munyingos, munyingos!



Lunfardo, cocoliche, afronación;



runflero, fiyingo y tajo



que en su pecho abrió el facón¨.



Es que los italianos eran sicilianos, ¨apolitanos¨ o cocoliche (napolitano, luego extendido a italianos, con una parla que era producto de las lenguas de origen y local) y bachichas (genoveses).



Y hasta podríamos agregar algún elemento local: el compadrito, descendiente de extranjeros o de gauchos, y grupos de niños o muchachos disfrazados, en tiempos de carnaval.



Pero quiero aclarar que esta mezcla presunta merece una comprobación fehaciente y que en algunos lugares de América se prohibió la convivencia de indios con negros. Es importante destacar la teoría según la cual la supresión de la esclavitud se debe a la ¨cruza¨ sexual.



Salas y templos



Además de las reuniones en lugars abiertos se realizaban otras en las ¨casas de tango¨ y en ¨salas¨, donde se bailaba y, en casos oraba, pues existía un oratorio donde la imagen de San Benito de Palermo era iluminada por velas que llevaban los devotos. A un costado de la puerta de entrada una mujer negra pedía la ¨limosnita pala Shan Benito¨, cuya vida y milagros todos conocían.



Según Wilde, cada congregación de negros tenía un administrador, generalmente un hombre blanco, pues se recolectaban fondos, asimismo, de comercios y hasta iglesias católicas, para celebrar las fiestas u otros fines. Un día el administrados de la Hermandad de San Benito se esfumó con el importe de la venta de dos fincas de la Hermandad de San Benito, lo que sorprendió a los negros que, según Wilde, no eran afectos a los delitos y eran respetuosos de la ley y del trabajo.



Concolorcorvo señala la existencia de las candombeadas en la década de 1770, pero existen antecedentes desde 1700.



La bebida preferida, en tales reuniones y en las fiestas era la ¨bebe-chicha¨-que era dulzona y refrescante, como para seguir cantando y danzando-; se preparaba en una tinaja de barro cocido, con arroz, fariña o maíz mezclado con vinagre blanco o limón, azúcar negra de La Habana y una cantidad de agua. El recipiente se tapaba con un paño y su contenido quedaba en infusión durante una semana; después se filtraba y se embotellaba.



La existencia de los ¨sitios de tango¨ y ¨casas de tango¨, de las comunidades afroargentinas y afrouruguayas, y por el hecho de contener el tango elementos ponderables del candombe, como epílogo, se justifica expresar mi propuesta: que San Benito se Palermo sea el Santo del tango argentino y que recordemos dos versos de la milonga Juan Manuel, de Homero Manzi (letra) y Sebastián Piana (música):



¨Cuntango carancuntango



cuntangó carancuntam¨.





Bibliohemerografía



1. Raquel Prestigiacomo y Fabián Uccello, La pequeña aldea. Vida cotidiana en Buenos Aires, 1800-1860; Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1999, páginas 36, 62 a 64.



2. Germinal Nogués, Buenos Aires, ciudad secreta; Ruy Díaz-Sudamericana, Buenos Aires, 1996, página 421.



3. Manuel Gálvez, Vida de don Juan Manuel de Rosas; Editorial Tor, Buenos Aires, 1949, página 279.



4. Rand McNally, Atlas universal; Reader´s Digest, Buenos Aires, 1995, página 140.



5. Diccionario enciclopédico abreviado; Espasa-Calpe S.A., Madrid 1957, tomo II, página 24.



6. Mario Sgarbossa y Luiggi Giovannini, Un santo para cada día; Edizione San Paolo, Milano, Italia, 1998, página 239.



7. Néstor Ortiz Oderigo, Calunga, cróquis del candombe; Editorial Universitaria de Buenos Aires; Buenos Aires, 1969, páginas 23 y 24.



8. Santoral, en ¨La Nueva Provincia¨; Bahía Blanca, 16 de abril de 1999, página 27.



9. Eduardo Giorlandini, El barrio de Palermo; en Nuevos Aires en Palermo, Buenos Aires, septiembre de 1996, página 12.



10. Rubén Carámbula, El candombe; Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1995, páginas 8, 13, 17, 23, 26, 29, 67, 69, 166, 168, 169 y 174.



11. Eduardo Giorlandini, Parroquia de San Benito Abad; correspondencia e informes escritos, 1999.



12. Homero Manzi, Juan Manuel (milonga con música de Sebastián Piana), en Cancionero ´Manzi-Piana´; Ediciones Musicales Julio Korn, Buenos Aires, 26 de mayo de 1958, número 5, páginas 9 y 10.



13. Cristina, Estampas en naftalina; ¨Chabela¨, Buenos Aires, Nª 424, septiembre de 1971.


domingo, 2 de mayo de 2010

Extraído del libro Los Chimbángueles de San Benito.
Autor: Carlos Suárez
Fotografía: Alonso Zurita

El Mayordomo
La función primordial del Mayordomo es servir de interlocutor entre la iglesia y los devotos de San Benito. Es él quien notifica al párroco las salidas de la imagen del santo; se encarga de preparar la misa que se oficia el día de la fiesta principal, ejerce la máxima autoridad sobre el santo que reposa en el templo, se encarga de mantenerla en perfecto estado y de prepararla para la procesión.
Sin su consentimiento la imagen no puede salir de la iglesia. El Mayordomo cumple otras obligaciones de tipo administrativo como tesorero de los fondos del santo, que se destinan al mantenimiento de la imagen, a las banderas, los tambores, y para apoyar a los vasallos en caso de enfermedad o muerte. El Mayordomo no requiere conocer a fondo los golpes del tambor, ni el ritual propiamente dicho, pero su conducta moral debe ser intachable, y su devoción sobresaliente.
Primer Capitán del Santo
Su conocimiento del culto y su don de mando le conceden a este cargo la autoridad máxima dentro del chimbánguele. El Primer Capitán de Santo guía los pasos de la procesión por el poblado, asegura que todos los capitanes y devotos cumplan sus obligaciones correctamente, conoce a fondo todos los detalles del rito, como los movimientos que se efectúan ante los Capitanes e imágenes que visitan al caserío. También debe dominar todos los golpes que ejecuta el ensamble instrumental. Es responsable de la imagen del santo mientras esta se encuentra fuera de la iglesia.
La autoridad del Primer Capitán de Santo se asienta en su itón de mando. En el sur del lago como entre los devotos de la sociedad secreta Abakuá, se denomina itón a los bastones de mando que empuñan los jefes principales del culto.
En el altar, detrás del Sese, se expone un crucifijo en representación de Abasí, el Ser Supremo, y a la izquierda, apoyado en la pared, el cetro del familiar militar Mosongo, Mañene Itón, ‘ordeno y mando’, junto al que se coloca a la derecha, próximo al Sese, otro tambor pequeño, tan sagrado como el Ekué, que ostenta un solo plumero y pertenece a Empegó: el Cancomo Abasí. A la derecha del Sese Eribó figura el bastón o cetro de Mosongo, Aprosemi Itón, y junto a éste, Besoco Itón o Sánga Mañón el de Iyamba. Este bastón recibe además el nombre de ‘Juez y Parte’, representa la autoridad máxima de la sociedad Abakuá la jefatura suprema en cada Ocobio Efor. (CABRERA, 1954: 211.)
Dichos bastones son símbolos de autoridad, y se utilizan para dirigir las distintas fases del rito, mediante movimientos que contienen un lenguaje de mando. En el pueblo de San José de Heras, pude observar cómo el Primer Capitán ordenó callar a los tambores tan sólo con levantar su itón ante los músicos. Juan de Dios Martínez nos lo reseña en El gobierno del chimbángueles: La autoridad del Primer Capitán de Santo está centrada en el bastón de mando. Si éste entrega a otro su bastón de mando, está entregando en ese acto su autoridad festiva. Tal hecho nos traslada al Itón de Mosongo, donde todo parece indicar que, entre los Efik en África, existe esta costumbre. (...)Si en una acción desatinada, esta autoridad pierde su bastón, el mando lo tendrá aquella persona que lo agarre. (...) Hasta ahora, la única documentación de que disponemos de este tipo de autoridad festiva, está centrada en las vivencias de los Abakuás en Cuba; ellos hablan de Itón de Abasonga, con las mismas características que en el sur del lago de Maracaibo. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 14.)
Es oportuno aclarar que mientras la sociedad secreta Abakuá conforma sus ritos herméticos fundamentalmente con la herencia Efik y Efok, el culto de San Benito en Venezuela y especialmente en los pueblos del sur del lago, es una fusión de aportes de diversas culturas indígenas, europeas y fundamentalmente africanas que arribaron a esta tierra durante la colonia.
La sociedad secreta Abakuá se reestructuró en los cabildos, instituciones que en Cuba tuvieron una importancia fundamental para la conservación de esa cultura, pues permitían la agrupación de esclavos de un mismo tronco etnolinguístico. Estas licencias dadas a la población esclava por el régimen colonial, tenían como objetivo el aumento de la productividad, pues fue admitido que su rendimiento era mayor cuando se les autorizaba reunirse y celebrar sus rituales.
Eran los cabildos –algunos se perpetuaron hasta principio de la era republicana–, congregaciones, siempre con carácter religioso, de negros africanos y sus descendientes criollos esclavos o libertos, pertenecientes a una misma nación, tribu o localidad... En los antiguos Cabildos, los esclavos, como escribe Fernando Ortiz, ‘trataban de revivir en sus fiestas la vida de la patria ausente’. (VÉASE FERNANDO ORTIZ: “EN EL DÍA DE REYES...) (...) Todas las ‘Naciones’ tuvieron sus Cabildos. Venían a ser ‘templos’, escuelas de las lenguas y las tradiciones de cada grupo africano, y efectivas sociedades de socorros mutuos, pues los miembros de cada Cabildo se obligaban, por un juramento religioso, a socorrerse mutuamente en todas las circunstancias adversas de la vida. (CABRERA, 1954: 24.)
En Venezuela la trata de esclavos se detuvo hacia el año 1810, y los cabidos no tuvieron la misma fuerza que en Cuba, donde los esclavos continuaron llegando de África hasta la segunda mitad del siglo XIX, lo cual permitió que penetraran a América elementos culturales que sobrevivieron en estado original, pues como en ese tiempo el régimen colonial se encontraba ya muy debilitado, su nivel represivo era menor que en las épocas incipientes de la trata.
En muchas regiones de nuestro país, la tradición oral se caracteriza por un intenso mestizaje cultural, producto de un proceso histórico que funcionó como un crisol, donde los cultores reformularon creativamente sus conocimientos ancestrales. En otros países de América como Haití, Cuba o Brasil se conservan, en forma parcial, idiomas y religiones africanas y también símbolos de expresión visual como los que ha estudiado Lidia Cabrera entre los Abakuá, o los que forman parte de los cultos a los Loas, en Haití. En Venezuela, el idioma y la religión fueron prohibidos por el régimen colonial, y los herederos culturales de África tuvieron que reformular sus conocimientos ancestrales frente a la intolerancia. Afortunadamente en algunos casos, la represión fortalece a los pueblos cuando en ellos subyace la capacidad de reformular creativamente sus valores ancestrales.
En lo que respecta al santo y a la jerarquía que demanda, el Mayordomo está por encima del Primer Capitán, pero este vasallo representa la más alta jerarquía del chimbánguele, por ser el máximo conocedor de la liturgia ritual. Para llegar a ser Primer Capitán, un vasallo debe comprender a fondo todos los cargos de la jerarquía religiosa, aprendiendo los más mínimos detalles del culto. Esto implica conocer los movimientos del santo durante la procesión por el pueblo; las ceremonias en honor a los miembros fallecidos de la cofradía, en la casa de los capitanes y en el cementerio; el recibir a los santos visitantes, supervisar el buen estado de los tambores, y dominar a fondo la música que ejecuta el ensamble instrumental. El Primer Capitán debe poseer un incuestionable don de mando, y una solvencia moral que le asegurará el respeto de todos los vasallos.
Segundo Capitán del Santo
En caso de que el Primer Capitán no pueda asistir a un chimbánguele, el Segundo Capitán asume todas sus responsabilidades dentro del culto. Debe asistir a todos los eventos, y apoyar al Primer Capitán en las diversas ceremonias del calendario ritual.
 Primer Capitán de Lengua
El Capitán de Lengua es el cultor de la palabra, en su memoria guarda las oraciones del santo, algunas compuestas por voces de procedencia africana, como este canto que inicia el golpe Chocho: “Oh Santimundi in concora arrea con tambora oh como le dijo cristo a benedicto salga ese primero, obi ese, obi ese, oh pura y sin mancha mirá sei concebida, oh pura y sin mancha mirá se hizo alabado; oh como le dijo Cristo a Benedito salga ese segundo, oh salga ese segundo, oh salga ese tercero glorioso redentero, ee Chocho e, ea Chocho e”. Por su parte, el golpe Ajé se inicia con este texto: “Unsasi, Ajé bendito, Ajé bendito, Ajé bendito...”; O en el golpe San Gorongome vaya, el cual comienza: “Oh endomi endomi endomi vaya como vaya San Gorongome vaya”. Estos cantos fueron entonados para la grabación del disco Bobures y la Sabana por Escolástico Parada.
Algunos capitanes recitan en el golpe Chocho: “Oh pitararanga, oh pitararanga, oh pura y sin mancha mirá sei concebida”.
Antiguamente, en los textos que entonaba el Capitán de Lengua, se escuchaban vocablos africanos que en la actualidad ya no se pronuncian, como esta frase que iniciaba el golpe Chocho: ¡Bari, baribinga!, ¡Bari, barique..! (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 18.)
Existe un canto ritual Abakuá en legua Carabalí que reza: “Eyi bari bari bari bari bari bekama”, donde aparecen vocablos comunes a ambos cultos. También existían frases de aparente carácter mágico como ésta que inspiraba el inicio del golpe Chocho, toque sagrado que solicita la salida del santo frente a la iglesia, y rinde tributo a los Capitanes difuntos cuando el chimbánguele pasa delante de sus antiguas casas: ¡Obelecé, Obelecé...! Dale agua a los gallos que se mueren de sed. Y los tambores arrancaban Con sus voces sonoras: ¡Obi, Obi...! Obi, belé, sé, ¡Obi, Obi laná! (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 18)
El ritmo continuo de los tambores en este golpe establecía en otro tiempo un rezo incesante. Obi significa coco, rogar o rezar para los practicantes del camino de la Regla de Ocha o santería. Es posible sugerir entonces, que los simbolismos litúrgicos cristianos que caracterizan el culto se enriquecieron con el aporte simbólico de los vocablos africanos.
El gallo es un animal sagrado, presente en los rituales con tanta fuerza, que constituye un elemento muy significativo en éstos. Ejemplo: ‘Cristo le dijo a San Pedro antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’. El gallo con su canto limpia de la presencia de espíritus malignos el filo de la media noche y abre camino a la aurora, para que despierte la mañana con sus cantos de pájaros. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 19.)
Puesto que la cultura no es solamente forma, ella puede escapar a su envoltura semiótica para representar sus contenidos en otros ámbitos significantes. El contenido espiritual es de carácter trascendente, y aunque no escuchamos las frases significantes en la lengua original, sí llega a nosotros el conocimiento ético que contienen. En el sur del lago se escuchan refranes como este: Un hombre que no sabe, y no sabe que no sabe, ni se interesa en saber, tenele cuidao. Hombre que sabe, enseña lo que sabe y aprende de los demás es un sabio. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1995: 24-25.)
Éste parece el mensaje, o la moraleja que se extrae de un Pattakí (fábula sagrada Lucumí) a través de la cual se pretende aleccionar al neófito. Por ejemplo, un tambor Doum doum en Nigeria dice: “Si un hombre intentara ser estrella, fracasaría”; este ritmo semántico aconseja al hombre humildad para afrontar su destino real en este mundo, y los refranes del sur del lago traducen mucha de esta sabiduría ancestral.
El repertorio vocal del Capitán de Lengua también incluye un conjunto de frases en latín tomadas de la devoción del santo italiano, donde algunos vocablos se hallan deformados.
Amatorum milatiste

Maestro biturume

Persecución biturume... (SALAZAR, 1990: 60)
Los vocablos latinos también los encontramos en los cantos que inician los golpes, entrelazados con otros africanos y castellanos. “Oh Santimundi in concora arrea con tambora, oh como le dijo Cristo a benedicto salga ese primero. Obi ese, obi ese, oh pura y sin mancha mirá sei concebida, oh pura y sin mancha mirá se hizo alabado, oh como le dijo cristo a benedito salga ese segundo, oh salga ese segundo, oh salga ese tercero glorioso redentero. Ee Chocho e, ea Chocho e”. El latín para algunos Capitanes de Lengua, como el difunto Olimpíades Pulgar, incorporaba al canto cualidades numinosas que acrecentaba el poder sagrado del recitativo.
Los rezos que el Capitán de Lengua hace al santo negro, son muestras de devoción y solicitud de gracias. Como los rezos o moyumbas que los babalawos sacerdotes de la regla de Ifá hacen en lengua Yoruba, las frases en latín que el Capitán de Lengua hace ante San Benito, son una petición de la fuerza benéfica que posee lo sagrado, por encontrarse en conexión directa con el poder trascendental de la creación. Algunas de las “antifonías” (deformación de antífona) que recita el Capitán de Lengua rezan así:

¡Oh! Amatitis humilitatis
¡Oh! Majesti doctorum
¡Oh! Persecutor tictiorum
¡Oh! Norma pelatorum
mortu rosarum
Ora pro nobis San Benedicto de Palermo. (SALAZAR, 1990: 60.)
En el culto al santo confluyen múltiples culturas, y estas formas semánticas activan las fuerzas expresivas del culto que se ven potenciadas por la erudición de sus dirigentes.
El Capitán de Lengua inicia el golpe Cantica con un verso cantado, que alude a una situación cotidiana, o a un contenido religioso o filosófico. En la letra de un canto que alguna vez inició el golpe Cantica, subyace una profunda reflexión existencial; y los tamboreros asumen la plasticidad expresiva que les inspiran los versos que propone el Capitán de Lengua, como un tema de reflexión musical incesante.
Al morir servirse...

de abono pa’ otros

Que al morir servirse...

De abono pa’ otros.
Esta Cantica del golpe de camino que la batería de tambores de chimbángueles repite, quien se le entrega [sic] a los Tamboreros, quiere dejar su mensaje en el mundo de las voces de los cueros de los tambores. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1985: 66.)
Los contenidos simbólicos heredados de los antepasados se enriquecen con el aporte creador de los nuevos cultores, que con su invención pueden ampliar la carga expresiva del culto. El conocimiento ancestral da a los vasallos un punto de referencia epistemológica y ética, que les permite asumir la búsqueda de su propia identidad.
El Capitán de Lengua es el heredero de la palabra, y carga al rito con el poder de los creadores antiguos.
... el Capitán de Lengua es un cantor; el oficiante de la parte mágica del ritual. Como decía don Andrés Avelino Chourio: ‘Debe tener fuerza para ensalmar las palabras con que honra al santo, conocer del manejo de las hierbas y saber controlar a los seres que viven con nosotros y fueron de nosotros, pero [sic] que viven en nuestro ambiente sin que los veamos, pero influyen en nuestras vidas y siempre están cuando se realizan un chimbángueles, tomando fuerza de la energía mágica que brota cuando se le canta la Lengua a San Benito’. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 19.)
Este vasallo anima y conduce las energías del culto, su voz enciende la ejecución del chimbánguele, y canta las letanías del santo mientras suena el golpe Chocho en la puerta de la iglesia. Hasta que el Capitán de Lengua no haya terminado sus gozos, la imagen del santo no puede salir a la calle. Otras funciones del Capitán de Lengua son:
En casa de un enfermo que solicita una visita del santo o frente al hogar de un vasallo enfermo grave, antes de que llegue el santo y allí [sic] cantar oraciones gozos y letanías de San Benito, según la ocasión.
En caso de que aparezca un entierro, mientras el chimbánguele está en la calle, el Capitán de Lengua debe pronunciar oraciones alusivas al momento. Y todo el chimbánguele debe acompañar al féretro. Una vez en el campo Santo, al momento de introducir el ataúd a la tierra, debe hacer uso de estas oraciones. (...) En caso de tempestad, y el santo está en la calle, se debe ejecutar el golpe de Misericordia Señor y el Capitán de Lengua pronunciará una oración adecuada para este momento. O cuando se dé una pelea entre vasallos y/o devotos en un chimbánguele. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 20.)
En fin, este vasallo debe conocer todos los golpes del chimbánguele. Como maestro de la palabra, debe aprender los numerosos textos que recita, y como el resto de los vasallos de alta jerarquía en el culto, es su obligación dar ejemplo de responsabilidad y honradez en su vida cotidiana.
Segundo Capitán de Lengua
Acompaña y apoya la labor del primer Capitán de Lengua y en su ausencia asume todas sus responsabilidades dentro del ritual, tiene el deber de asistir a todos los chimbángueles, y conocer a fondo toda la música ejecutada por el ensamble instrumental.
Capitán o Director de Brigada
Éste es uno de los cargos que despierta más curiosidad pues, hace unos 60 años, el Director de Brigada se encargaba de controlar los actos de personajes que participaban como guardianes del culto. Era como si los ancestros volvieran del mundo sobrenatural, para vigilar el correcto desenvolvimiento de la ceremonia, castigando severamente a quienes incumplieran las normas del rito. Estos personajes con sus máscaras, disfraces y bastones eran denominados “barbúas” o “taraqueros”. Fernando Ortiz nos reseña la presencia de seres del mundo sobrenatural, personificados por hombres disfrazados.
En Cuba, el Ireme de los Abakuás, el Egun o Egungun de los Lucumís, el mojiganga de los congos y el kokoríkamo de la selva ignota no son sino figuras convencionales para actuar liturgias dramáticas de índole mágica, funeraria, resurreccional o agraria, usadas en las culturas de África para representar alegóricamente, con un símbolo claro, concreto y visible el concepto oscuro, impreciso e inefable de la Muerte, donde se confunden los antepasados naturales y los antepasados míticos en el Gran Misterio. Esos ‘bailes de la muerte’ producen entre los africanos una gran atracción a la vez que un gran miedo. Es ‘el placer del terror’, que dice Wallascheck. El ‘temor reverencial’ de todo fenómeno religioso. (ORTIZ, 1991: 73.)
El personaje enmascarado como presencia sagrada invoca el terror reverencial ante el misterio oculto. Juan de Dios Martínez nos relata su aparición en el sur del lago.
Cuando se dan las condiciones para que se repita en América el culto de Ajé, uno de los elementos más significativos que aparece es este cargo, donde unos hombres con máscara en sus rostros y unos bastones en sus manos, vestidos con macoyas de plátanos demarcaban el territorio donde se realizaba el culto. Quien entrara a ese ámbito no le era permitido salir, sino tanto [sic] no reposaran los tambores sagrados de honrar con sus cantos mágicos a Ajé. Los seguidores del culto que violaran las normas que exigía el culto, eran castigados por estas Barbúas o Taraqueros. (...)
Los Taraqueros cumpliendo las mismas funciones de hace tres siglos, con sus máscaras, sus vestimentas estrafalarias y sus bastones, para castigar a quienes violen las normas en el chimbánguele. (...) El Mandador mantiene la función represiva de las Barbúas o Taraqueros pero controlado por un funcionario que tiene la responsabilidad de dirigirlos, para que no cometan las locuras e infundan terror y pavor a las mujeres y niños de la población donde se ejecuta el chimbánguele. (MARTÍNEZ SUÁREZ, 1990: 21-22.)
Son innegables las coincidencias entre los Abakuá y el gobierno del chimbánguele. En el culto afrocubano, los Iremes son personajes enmascarados que simbolizan la presencia de los protagonistas de los mitos ancestrales de esta religión. Los taraqueros del culto de San Benito, vigilaban la correcta escenificación del rito, castigando a quienes irrespetaran sus reglas sagradas, tal como sucede con los Iremes Abakuá.
Todo se sacramenta con el contacto del Sese Eribó (tambor sagrado que no se toca y cumple funciones similares al santísimo sacramento cristiano) y solamente el Isué, ‘el obispo’, lo manipula. Ante él no se puede sacrificar; ni castigar a los acobios culpables de algún delito, que reciben en pena de la falta cometida los golpes de caña que le administra, con más o menos brío, el justiciero Ireme o diablito Aberisún o el Embókoro, encargados de administrar los castigos. (CABRERA, 1954: 210.)
Fernando Ortiz nos explica que estos personajes enmascarados son la trasmigración misma del alma del muerto, representada por un animal. En este caso, se establece un lazo indisoluble entre los hombres, la naturaleza y el más allá.
En todo caso trataban de representar al hechicero o brujo en trance ritual, o a un ente terriomorfo y espantoso, o a un animal en el que por metempsicosis está el espíritu de un antepasado. (ORTIZ, 1991: 357.)
En Ceuta, distrito Baralt del estado Zulia, aún pueden observarse los taraqueros, con sus máscaras de tapara. Pero en los pueblos donde se realizó el presente estudio musicológico, no se advirtió la presencia de estos personajes enmascarados.
El Director de Brigada, en la actualidad, tiene entre sus funciones dirigir a los Mandadores, ocupar el lugar de los Capitanes de Santo si alguno de éstos se ausentara, y vigilar la conducta de los pobladores que participan del rito, incluso si alguno cometiera una falta grave podría ser encarcelado por veinticuatro horas.
 Los Mandadores
La función de los mandadores es demarcar el espacio que recorrerá la imagen del Santo. Para ello utilizan un bastón de madera en cuyo extremo se ata un mecate –como una especie de látigo– se golpea el piso para apartar a la muchedumbre. Los Mandadores obedecen las órdenes del Director de Brigada, y es su obligación estar atentos a los movimientos del chimbánguele para evitar que el espacio por donde transitará la imagen sea profanado.
Director de Banda
Este vasallo dirige el conjunto de los chimbángueles, debe ser un músico consumado, que conozca a fondo los contenidos que ejecuta cada uno de los instrumentos en cada uno de los seis golpes. Debe mantener los tambores en óptimo estado para los diversos toques y enseñar a los nuevos tamboreros los ritmos que en ellos se ejecutan.
En este punto es oportuno aclarar que los ejecutantes reciben la designación genérica de chimbangueleros. Mientras que la palabra “chimbángueles”, se utiliza para denominar al conjunto instrumental y, en segundo término, a la música y al culto.
Los Tamboreros
Los chimbángueles se distribuyen entre los vasallos según su conocimiento musical. El tambor mayor o arriero es el que gobierna la orquesta, después siguen en orden jerárquico: el respondón, el cantante, el medio golpe, primera requinta, segunda requinta y requinta media. Para ejecutar el tambor mayor, un vasallo debe antes aprender a tocar todos los tambores que están por debajo de él en la jerarquía de los membranófonos. Cada tamborero debe conocer el instrumento que está bajo su responsabilidad, y dominar los ritmos que en él se ejecutan en cada uno de los seis golpes del chimbánguele.
El Abanderado
Con los movimientos ondulantes de una bandera blanca, este vasallo va limpiando o purificando simbólicamente el camino por donde transitan los Capitanes del Chimbánguele, anunciando que el santo aún no está en la calle; cuando éste sale de la iglesia, la bandera blanca es cambiada por una de color azul, que en su centro tiene bordado un corazón, símbolo del amor de San Benito.
Los movimientos del Abanderado no son vacíos, las figuras que dibuja en el aire, tienen significados y mensajes diferentes en las diversas fases del rito; por ejemplo, en el caso del encuentro de la imagen de San Benito, con otra que viene a visitarlo de un pueblo vecino, sus ondulaciones establecen un discurso alusivo al encuentro.
Jefe de Cargadores
Este vasallo conoce todos los movimientos de la parihuela o andas que transportan al santo y tiene autoridad para dirigir a quienes lo llevan.
Cargadores
Los cuatro cargadores que llevan la imagen, bailan coordinadamente mientras se desplazan; sus movimientos cambian según el golpe que se ejecuta. Los cargadores se turnan para llevar al santo durante su recorrido por el pueblo.

 Primer Maraquero
El tocador de maracas acompaña marcando el compás durante todo el recorrido, y debe conocer los ritmos y variaciones que se ejecutan en este instrumento.
Primer Flautero
El primer flautero debe conoce las melodías que ejecuta este aerófono en cada uno de los golpes.
 

LA COFRADÍA DE SAN BENITO


Extraído del libro Los Chimbángueles de San Benito.
Autor: Carlos Suárez
Las cofradías religiosas son organizaciones jerárquicas cuya estructura permite asegurar el correcto desenvolvimiento de los cultos ancestrales, y su orden funcional será más complejo en tanto lo exija la riqueza simbólica del ritual. Son paradigmas de organización social y benefician notablemente a las personas que las integran, por ser asiento del conocimiento que emana de la tradición. Las cofradías despiertan los valores fundamentales de la comunidad, al escenificar los contenidos del culto, y sus integrantes deben comportarse de manera ejemplar para hacerse dignos de esta responsabilidad sagrada.
Los contenidos que se mueven en el rito como emociones reales, transmiten mensajes éticos, pues reconstruyen el tiempo mítico en el que fueron creadas esas ideas. Estas sociedades de carácter sagrado exigen a los novicios pasar por un período de aprendizaje que los irá elevando paulatinamente a los grados más altos de la jerarquía religiosa. El conocimiento de los aspectos propios del ritual es imprescindible pero, sobre todo, el novicio debe aprender a comportarse ante la sociedad, pues como dignatario del culto tiene que ser un ejemplo para el resto de los habitantes de su comunidad. Un cófrade que irrespete la dignidad de su cargo, será de inmediato castigado según las leyes propias de la sociedad.
Las cofradías son agrupaciones religiosas en las que los socios colaboran y se protegen en casos de penuria económica o enfermedad; ellas ejercen cierta autoridad política en el pueblo, pues por lo general, están formadas por hombres sabios y sensatos. Su consejo es fundamental a la hora de tomar decisiones que afecten a la comunidad. Son, por otra parte, reservas morales y ejemplos de cohesión social: podrían servir como referencias de organización comunal, en entornos urbanos abultados demográficamente, llenos de problemas y sometidos a la influencia estéril del consumo materialista, que promueve una existencia carente de todo sentido creador.
En el sur del lago de Maracaibo, la cofradía principal gira en torno al culto de San Benito de Palermo, quien nació en 1526 en San Fratello, y murió en Palermo, Sicilia, en el año de 1589. De joven abrazó la vida eremítica, y más tarde pasó a la orden franciscana. A pesar de no haber estudiado como los demás monjes, sus dotes espirituales atraían a las multitudes. Ejerció el oficio de cocinero con gran espíritu de sacrificio y caridad sobrehumana, y en vida se le atribuyeron muchos milagros.
Aún siendo iletrado, en 1578 fue nombrado superior del convento. Durante tres años guió a su comunidad con sabiduría, prudencia y caridad; tenía luz para conocer la ciencia de las cosas divinas, resolvía las dificultades, y explicaba los pasajes más oscuros de las Sagradas Escrituras a los hombres más doctos que iban a consultarle. Las curaciones milagrosas, la multiplicación de los alimentos, el discernimiento de los espíritus y la penetración de los corazones fueron comunes en él.
Su cuerpo aún se conserva incorrupto en el convento de Santa María de Jesús en Palermo. Los innumerables milagros obrados por su intercesión, obligaron al papa Benedictino XIV a beatificarlo, y luego de nuevos prodigios, Pío VII lo colocó en el catálogo de los santos.
La organización religiosa de los chimbángueles manifiesta analogías incuestionables con las cofradías europeas y la sociedad secreta Abakuá, un culto afrocubano de origen Carabalí. La jerarquía en estas organizaciones religiosas se establece según el conocimiento y la disposición natural de los devotos para ocupar los distintos cargos.
En el culto a San Benito, la cofradía está conformada por una serie de plazas o cargos que dan solidez al orden de mando. Estos cargos se encuentran organizados jerárquicamente de la siguiente manera: Mayordomo, Primer Capitán del Santo, Segundo Capitán del Santo, Primer Capitán de Lengua, Segundo Capitán de Lengua, Capitán o Director de brigada, Mandadores, Director de banda, tamboreros, Abanderado, Jefe de cargadores, Cargadores, Primer flautero y Primer maraquero.